Fue anoche, a eso de las tres de la madrugada. Mi bebé me despertó, me dijo “acá estoy” con una patadita. Después no me pude volver a dormir. Estuve fácil dos horas llorando y riéndome al mismo tiempo, y diciéndole “te amo” en voz baja para no despertar a nadie en la casa.
Sentí también un alivio increíble a la ansiedad que me consumía por no saber cómo estaba mi bebé.
Hacía mucho tiempo que no le decía “te amo” a alguien. Y ahora me doy cuenta de que, las veces que lo dije, no significaba nada, pero nada, en comparación con la importancia que tiene ahora esa frase cuando se la digo a mi panza.
Hubo un par de patadas después. Y cada una me llenaba un poquito más de alegría, y me volvía a arrancar lágrimas y risas.
Ahora todo mi mundo, todo mi universo, está acá, en mi panza. No hay otra cosa que me importe.
jueves, 22 de febrero de 2018
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