martes, 19 de junio de 2018

Mi debate personal sobre el aborto

Síndrome post-aborto
Meses antes de que se empezara a tratar el tema en el congreso, tuve que pasar por un debate personal sobre el aborto. Cuando la noticia de mi embarazo se supo en mi entorno familiar, comenzó la discusión.

La gran mayoría (todos menos yo) decían que debía abortar. Y con razones más que justificadas, porque mis perspectivas como futura mamá eran sombrías: sin pareja, sin trabajo, sin casa propia y con una afección mental diagnosticada.

Pero la decisión final fue mía. Decidí NO ABORTAR. Yo lo decidí, y nadie más.

Y así como yo decidí sobre el mío, quiero que cada mujer tenga decisión sobre continuar o no su embarazo.

En los argumentos en contra de la ley escuché muchísimas idioteces. Hubiese querido ir al congreso a mostrar mi panza de siete meses y reclamar nuestros derechos como mujeres, pero tuve que olvidarme de eso, para cuidar de mi salud y de la de Pancha.

Una de las más grandes idioteces que escuché fue que las mujeres van a usar el aborto como anticonceptivo, para poder tener sexo irresponsablemente. Quienes argumentan esta pelotudez (perdón por el lenguaje) no tienen idea de lo que significa para una mujer practicarse un aborto. Se creen que van, se sacan al feto y a seguir garchando.

Una mujer nunca vuelve a ser la misma después de abortar. El recuerdo del embarazo interrumpido y la culpa la acompañan durante toda su vida. Los pensamientos sobre el hijo que decidió no tener la acosan constantemente (esto no lo digo por decir, es lo que sale de una encuesta entre mujeres que abortaron). Además, la mujer que abortó es propensa a caer en cuadros depresivos y quizás pierda su fertilidad.

La ley del aborto va a asegurar que toda mujer que decida interrumpir su embarazo esté informada de las consecuencias, cosa que con los abortos clandestinos claramente no sucede. Y, más importante, que tenga contención después de abortar.

Otra de las pelotudeces que escuché es que, en vez de promover el aborto, se dediquen más recursos a la educación sexual. Todo el mundo sabe que la mayor cantidad de abortos se llevan a cabo en mujeres con altos niveles de educación y pertenecientes a familias con altos ingresos. Cortémosla con la hipocresía, como bien lo dijo Favaloro. Sí, obvio, pongan más plata en educación sexual, pero no sean ingenuos, con eso no van a reducir la cantidad de abortos.

Protesta contra el aborto clandestinoMuchas mujeres tienen en el aborto una posibilidad para evitarle un futuro miserable a un hijo que no desearon. No es egoísmo ni comodidad, es una decisión muy difícil, que se toma para evitar un mal mayor.

Tampoco es una cuestión de ideología política ni de clase social. Me enferma que usen a esta ley y a los debates respectivos como herramientas para ganar crédito político.

En fin, me resistía a enroscarme en discusiones sobre este tema, pero tengo una opinión al respecto y quise darla a conocer. Ahora sí, adelante con el debate.

miércoles, 13 de junio de 2018

El ruido de la llave en la puerta

Ruido de la llave en la puerta - entrando por la puertaNo duró mucho tiempo. Apenas unos meses. Aunque pensándolo bien, sí fue mucho tiempo. Fueron unos meses eternos. Cualquier tiempo que se pase viviendo en un infierno se vuelve eterno.

Mi terror de cada día empezaba cuando escuchaba el ruido de la llave en la puerta.

Ese ruido tenía un horario. Ingenuamente esperaba que se demorara todo lo posible, quizás hasta que se hiciera tarde y yo pudiera refugiarme en el silencio y la oscuridad del dormitorio, y él, aunque sea, respetara mi descanso.

Pero lamentablemente él era muy puntual. El ruido de la llave en la puerta se escuchaba todos los días a la hora señalada. Entonces comenzaba mi calvario.

Había aprendido a leer sus señales. Un beso de “hola mi amor” me decía mucho. Si lo acompañaba con una sonrisa, era una buena señal. Tal vez una falsa buena señal, pero en mi ingenuidad me producía cierto alivio y, algunas veces, me hacía pensar que todavía había algo en él que yo amaba.


La peor señal era cuando esquivaba el beso y ni siquiera me decía hola. No decía nada. Si al menos hubiera compartido algo de lo que le pasaba, quizás sus frustraciones no se hubieran traducido en violencia. Pero no.

Ya había aprendido a evitar la pregunta obvia de “¿qué te pasa?”. Si preguntaba eso era mucho peor, así que había aprendido a quedarme callada.

De ahí en más sabía que todo estaría mal. Cualquier tema de conversación que yo iniciara le resultaría aburrido y molesto. Cualquier comida que yo preparara le resultaría espantosa. Y cualquier ropa que yo usara me haría ver horrible.

Esos días, yo esperaba a que se quedara dormido frente a la tele para irme a acostar y llenar mi almohada de lágrimas. Después, cuando él se acostaba, yo me hacía la dormida.

Aquella noche, el ruido de la llave en la puerta extrañamente se hizo esperar. Casi una hora. Pero justo cuando estaba empezando a abrigar esperanzas de no escucharlo, lo escuché.

Esa noche llegó con la furia a flor de piel. No sólo esquivó el beso, sino que en el momento de colgar las llaves junto a la puerta rompió en llanto. Al verlo así, vulnerable, cometí mi gran error. Le pregunté “¿qué te pasa?”. La respuesta fue un fuerte revés que aún hoy casi puedo sentir en la mejilla.

Supo que había cruzado la raya y se quedó miråndome sin saber qué hacer. Yo también me quedé mirándolo atónita. Creo que dijo “perdón” e intentó a abrazarme, pero retrocedí. Y corrí, aunque no muy lejos; sólo llegué hasta el baño. Y cerré con llave.

Ruido de la llave en la puerta - encerrada en el bañoLuego de encerrarme, lo que escuché fue una secuencia irracional de golpes, gritos, insultos, súplicas y pedidos de perdón. Por momentos hasta intentó hablar con tranquilidad, pero por fortuna no caí en su engaño y mantuve la puerta del baño cerrada. La angustia que viví esa noche quizás explique, aunque sea en parte, los trastornos mentales que sufro actualmente.

No tenía reloj, así que ignoraba completamente qué hora era. Pero recuerdo que en un momento, el departamento quedó en silencio, excepto por el ruido de la llave. “Se fue”, pensé. Y abrí la puerta. Y salí del baño.

El abrigo colgado en el perchero me hizo sospechar. Efectivamente me había engañado. No fue muy astuto; se puso en evidencia enseguida y me dió tiempo a volver a encerrarme en el baño.

Ya no hubo súplicas, ni pedidos de perdón, ni intentos por razonar. Sólo insultos, gritos y golpes cada vez más fuertes. Moví un mueble del baño para bloquear la puerta; si no lo hubiera hecho, quizás ahora no estaría contando esta historia.

En medio de la angustia, algo me hizo reír un poco: “¡Abrí, la puta que te parió, me estoy meando!”, me gritó. “¡Meate encima pelotudo!”. Fue la primera y única vez que lo insulté. Y se sintió muy bien.


Después, otra vez silencio, y otra vez el ruido de la llave. Esperé un buen rato antes de salir, y finalmente salí “armada” con un frasco de perfume. Estaba decidida a rompérselo en la cara si era necesario.

Por suerte no lo fue. Se había ido de verdad. Pero se había llevado mis llaves para que no pudiera escaparme. Si hubiese sido más inteligente, se habría llevado también mi teléfono. El error le costó caro.

Mi viejo llegó en compañía de un cerrajero y del portero del edificio. Más tarde vino un policía. Me preguntaron si estaba de acuerdo en que rompieran la cerradura. Yo les pedí por favor que la destrozaran, para que nunca más tuviera que escuchar el ruido de la llave abriendo la puerta. Aunque, de todos modos, nunca más iba a volver a ese departamento.

Sé que no podré borrar de mi memoria el terror que asocio con el ruido de la llave en la puerta. Pero sí espero poder ir tapándolo con otras emociones. Quizás un día, ese ruido pueda ser señal de que llega alguien a quien recibir con un beso, un abrazo y una sonrisa. Quizás, cuando escuche ese ruido sabré que vuelve alguien que me extrañó desde el momento en que se fue; alguien que me hace sentir segura en sus brazos, que me hace reír al escuchar sus ronquidos, y que me da alegría por ser la primer persona que veo al despertar.

“Del otro lado de la puerta”, el mismo relato pero desde el punto de vista de él (un ejercicio para analizar la situación desde el punto de vista del sexo opuesto).

 

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