
Hoy vino la vieja a traerme el desayuno. Vio que había roto su remera y se calentó para la mierda. Me gritó de todo. Me echó en cara que me había traído mate y termo para que tomara tranquila, que había comprado facturas. Me tiró las facturas por la cabeza y se llevó todo lo demás. No me dejó nada. Ni siquiera el jabón. Ahora no tengo más que la ropa mugrienta con la que vine a este infierno. Ya no tengo ni fuerzas para llorar. Me pregunto cuánto tiempo llevará morirse de hambre, qué tan lenta será la agonía. Empiezo a considerar otras alternativas para terminar rápido con este sufrimiento.
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