jueves, 7 de diciembre de 2017

Estadía en el infierno - Día 6

Anoche mientras estaba escribiendo mi diario escuché el ruido de la puerta y me apuré a esconder todo abajo del colchón. No podía ser ninguno de los viejos por que el coro de ronquidos en el cuarto de al lado estaba a pleno. Era Marcos. Me traía un fuentón con agua caliente, esponja, jabón, champú y una toalla.

“Te traje por si te querés bañar”, dijo en voz baja, mientras yo lo miraba atónita.
“¿Tu mamá te dijo que me trajeras todo esto?”
“No, fue idea mía”.
“Pero si se entera te va a matar”.

Me contestó encogiéndose de hombros. Estaba dándose vuelta para irse pero yo lo frené.

“Esperá. Vení”.

Marcos dudó y después dio unos pasos temerosos hacia mí.

“Vení, ayudame”, le dije mientras me desnudaba y me metía en el fuentón.

El agua tibia se sentía increíble. Le di la esponja y el jabón a Marcos. Él me empezó a lavar con cuidado mientras yo le decía dónde tenía que enjabonar. Me hubiese gustado tener una maquinita para depilarme. Ya tendrá oportunidad Marcos para descubrir que las mujeres no siempre tenemos las piernas tan peludas.

Le dije que me alcanzara la toalla mientras me ponía de pie. Con gestos le indiqué que me envolviera con ella. En cuanto se acercó para rodearme con la toalla le agarré la cara y lo besé en la boca. Separé sus labios con mi lengua y prolongué ese beso durante un largo rato. Pensé que si nos veía la vieja me iba a clavar un cuchillo en la garganta.

Lo desnudé rápidamente y lo arrastré hasta la cama. Lo abracé y me dejé caer en el colchón para que él cayera sobre mí. Rodeé su cintura con mis piernas y su espalda con mis brazos.

Debe haber durado unos 15 segundos antes de acabar. Pero yo no lo soltaba, lo seguía abrazando con fuerza. Quería seguir sintiendo su cuerpo pegado al mío. No quería quedarme sola otra vez en esa habitación. Traté de contener el llanto hasta que no aguanté más. Marcos empezó a moverse para zafar de mi abrazo y finalmente logró soltarse. Se vistió rápido y salió en absoluto silencio, llevándose todo lo que había traído. Me quedé sola otra vez. Me enrosqué sobre mí misma y seguí llorando hasta quedarme dormida.

Hoy empezaron los ruidos de la fábrica a la hora de siempre, casi al mismo tiempo que las protestas de la vieja en el cuarto de al lado. Pero esta vez se escuchaba la voz del viejo también. Discutían, pero los ruidos de la fábrica no me dejaban entender qué pasaba. Después de un rato no escuché más discusiones.

Son más de las 12. En la fábrica empezó el silencio del horario de almuerzo. Estoy golpeando la pared para que me traigan la comida pero no me dan bola. Los puteo, especialmente a la vieja, para ver si reaccionan, pero nada. Me duele la mano de darle golpes a la pared.

Terminó el horario de almuerzo y no hay noticias de mi comida. Me muero de hambre y de sed.

Esto va a ser lo último que escriba en mi diario. Son las siete de la tarde. La habitación se está oscureciendo. La fábrica está en silencio y al lado no hay nadie. Los viejos se fueron y me abandonaron para que me muera de hambre. Pero no les voy a dar el gusto. Si en algún momento vuelven me van a encontrar colgada de la cadena que rodea mi cuello. Espero que todo esto que escribí sirva para meter en cana a esta pareja de psicópatas por unos cuantos años.

En cuanto a Marcos, espero que te haya quedado un lindo recuerdo de anoche. Perdón por no querer dejarte ir. Ruego que no seas vos quien me encuentre muerta.

Hasta siempre,
Fati

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