miércoles, 13 de junio de 2018

El ruido de la llave en la puerta

Ruido de la llave en la puerta - entrando por la puertaNo duró mucho tiempo. Apenas unos meses. Aunque pensándolo bien, sí fue mucho tiempo. Fueron unos meses eternos. Cualquier tiempo que se pase viviendo en un infierno se vuelve eterno.

Mi terror de cada día empezaba cuando escuchaba el ruido de la llave en la puerta.

Ese ruido tenía un horario. Ingenuamente esperaba que se demorara todo lo posible, quizás hasta que se hiciera tarde y yo pudiera refugiarme en el silencio y la oscuridad del dormitorio, y él, aunque sea, respetara mi descanso.

Pero lamentablemente él era muy puntual. El ruido de la llave en la puerta se escuchaba todos los días a la hora señalada. Entonces comenzaba mi calvario.

Había aprendido a leer sus señales. Un beso de “hola mi amor” me decía mucho. Si lo acompañaba con una sonrisa, era una buena señal. Tal vez una falsa buena señal, pero en mi ingenuidad me producía cierto alivio y, algunas veces, me hacía pensar que todavía había algo en él que yo amaba.


La peor señal era cuando esquivaba el beso y ni siquiera me decía hola. No decía nada. Si al menos hubiera compartido algo de lo que le pasaba, quizás sus frustraciones no se hubieran traducido en violencia. Pero no.

Ya había aprendido a evitar la pregunta obvia de “¿qué te pasa?”. Si preguntaba eso era mucho peor, así que había aprendido a quedarme callada.

De ahí en más sabía que todo estaría mal. Cualquier tema de conversación que yo iniciara le resultaría aburrido y molesto. Cualquier comida que yo preparara le resultaría espantosa. Y cualquier ropa que yo usara me haría ver horrible.

Esos días, yo esperaba a que se quedara dormido frente a la tele para irme a acostar y llenar mi almohada de lágrimas. Después, cuando él se acostaba, yo me hacía la dormida.

Aquella noche, el ruido de la llave en la puerta extrañamente se hizo esperar. Casi una hora. Pero justo cuando estaba empezando a abrigar esperanzas de no escucharlo, lo escuché.

Esa noche llegó con la furia a flor de piel. No sólo esquivó el beso, sino que en el momento de colgar las llaves junto a la puerta rompió en llanto. Al verlo así, vulnerable, cometí mi gran error. Le pregunté “¿qué te pasa?”. La respuesta fue un fuerte revés que aún hoy casi puedo sentir en la mejilla.

Supo que había cruzado la raya y se quedó miråndome sin saber qué hacer. Yo también me quedé mirándolo atónita. Creo que dijo “perdón” e intentó a abrazarme, pero retrocedí. Y corrí, aunque no muy lejos; sólo llegué hasta el baño. Y cerré con llave.

Ruido de la llave en la puerta - encerrada en el bañoLuego de encerrarme, lo que escuché fue una secuencia irracional de golpes, gritos, insultos, súplicas y pedidos de perdón. Por momentos hasta intentó hablar con tranquilidad, pero por fortuna no caí en su engaño y mantuve la puerta del baño cerrada. La angustia que viví esa noche quizás explique, aunque sea en parte, los trastornos mentales que sufro actualmente.

No tenía reloj, así que ignoraba completamente qué hora era. Pero recuerdo que en un momento, el departamento quedó en silencio, excepto por el ruido de la llave. “Se fue”, pensé. Y abrí la puerta. Y salí del baño.

El abrigo colgado en el perchero me hizo sospechar. Efectivamente me había engañado. No fue muy astuto; se puso en evidencia enseguida y me dió tiempo a volver a encerrarme en el baño.

Ya no hubo súplicas, ni pedidos de perdón, ni intentos por razonar. Sólo insultos, gritos y golpes cada vez más fuertes. Moví un mueble del baño para bloquear la puerta; si no lo hubiera hecho, quizás ahora no estaría contando esta historia.

En medio de la angustia, algo me hizo reír un poco: “¡Abrí, la puta que te parió, me estoy meando!”, me gritó. “¡Meate encima pelotudo!”. Fue la primera y única vez que lo insulté. Y se sintió muy bien.


Después, otra vez silencio, y otra vez el ruido de la llave. Esperé un buen rato antes de salir, y finalmente salí “armada” con un frasco de perfume. Estaba decidida a rompérselo en la cara si era necesario.

Por suerte no lo fue. Se había ido de verdad. Pero se había llevado mis llaves para que no pudiera escaparme. Si hubiese sido más inteligente, se habría llevado también mi teléfono. El error le costó caro.

Mi viejo llegó en compañía de un cerrajero y del portero del edificio. Más tarde vino un policía. Me preguntaron si estaba de acuerdo en que rompieran la cerradura. Yo les pedí por favor que la destrozaran, para que nunca más tuviera que escuchar el ruido de la llave abriendo la puerta. Aunque, de todos modos, nunca más iba a volver a ese departamento.

Sé que no podré borrar de mi memoria el terror que asocio con el ruido de la llave en la puerta. Pero sí espero poder ir tapándolo con otras emociones. Quizás un día, ese ruido pueda ser señal de que llega alguien a quien recibir con un beso, un abrazo y una sonrisa. Quizás, cuando escuche ese ruido sabré que vuelve alguien que me extrañó desde el momento en que se fue; alguien que me hace sentir segura en sus brazos, que me hace reír al escuchar sus ronquidos, y que me da alegría por ser la primer persona que veo al despertar.

“Del otro lado de la puerta”, el mismo relato pero desde el punto de vista de él (un ejercicio para analizar la situación desde el punto de vista del sexo opuesto).

1 comentarios:

Vic Cantero dijo...

Lamentablemente escalofriante y terrorífico. Sólo deseo que aquellos infernales meses te ayudaran a convertirte en una mejor persona por y para ti, para aprender a valorarte y respetarte a ti misma y, por encima de todo, hacer que los demás te respeten.

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