jueves, 27 de abril de 2017

Un pepino y un mirón

Y sí, pintó el frío. El balcón quedará cerrado por lo menos hasta que venga uno de esos veranitos de dos o tres días, que dan para ponerse ropa corta y tomar un rato de sol. Esperemos que llegue uno pronto. Mientras tanto, es menester revisar que ande la estufa antes de que el invierno traiga frío de verdad.

Afiche vintage La ventana indiscreta¡Oh, sorpresa! La estufa no enciende. Le voy a tener que avisar al propietario del depto para que llame a un gasista. Ojalá viniera Fede (el instalador del cable), pero dudo que sepa de estufas o de gas. Será cuestión de esperar a ver qué viene. Por lo pronto, me limitaré a mirar el paisaje del balcón a través del vidrio del ventanal para que no se me enfríe el ambiente.

Es medio aburrido. Más si tengo las luces encendidas adentro, se ve muy poco hacia afuera.

Entro la reposera para usarla adentro. Acabo de salir de la ducha. Estoy en bata y me dispongo a ponerme crema en el cuerpo, así que me tiro en la reposera para pasarme crema por las piernas. Distraídamente miro por el ventanal y veo que desde un depto vecino (un piso más arriba y en el edificio contiguo al de Antonella), un chico está con la ventana abierta, mirando hacia acá con binoculares. Se da cuenta de que lo descubrí, así que cierra la ventana. Pero seguro que no va a dejar de mirar, el muy pervertido. Me río y me sigo poniendo crema en las piernas. De pronto me surge una idea traviesa.


Apago la luz del techo y enciendo el velador de mi mesa de luz, apuntando su haz hacia la ventana, de forma tal que mi silueta se dibuje como una sombra contra el vidrio. Me acerco al ventanal. La ventana del vecino mirón se abre de nuevo y otra vez aparecen los binoculares apuntando hacia acá. Sabía que seguía mirando. Me río otra vez. De pie cerca del ventanal, abro mi bata (sin quitármela) y me pongo crema en el cuello, en el pecho, en la panza, en las caderas, todo con mucha más lentitud que antes.

Desnuda contra la ventanaVoy hasta la compu y pongo música. Empieza a sonar “Black Velvet” (tema ideal para strip tease). Me acerco al ventanal bailando al ritmo de la música. Abro más la bata y pego mi cuerpo al vidrio. Arqueo mis hombros hacia atrás y los muevo hacia arriba y hacia abajo, hacia delante y hacia atrás, hasta que la bata se desliza hasta el suelo por sí sola. Cada tanto miro a los binoculares y le muestro al mirón una sonrisa perversa. Imagino lo que estará haciendo al verme… Giro sobre mí misma y vuelvo a pegar mi cuerpo al vidrio, pero esta vez de espaldas. Siempre bailando. Me agacho un poco, subo y bajo, frotando mis nalgas contra el vidrio.

En eso recuerdo algo. Voy hasta la heladera. La abro y saco de ella un pepino. Lo compré especialmente por su aspecto fálico y por su tamaño. Incluso tiene granitos que (espero) harán más placentero su contacto.

Vuelvo hasta la ventana, siempre bailando. Me meto el pepino en la boca; está realmente frío.

Nalgas contra el vidrioMe tiro en la reposera y empiezo a acariciarme con el pepino. Me lo pongo en el medio del pecho y lo aprieto con mis tetas. Sigue frío. Se me pone la piel de gallina y los pezones se me endurecen.

Continúo dibujando en mi cuerpo trazos húmedos y fríos con el vegetal. Lo aprisiono entre mis muslos y lo dejo un rato allí, para que con su superficie rugosa frote mi piel. El calor de mi cuerpo le va ganando a su frialdad.

Miro hacia los binoculares y veo que los sostiene con una única y temblorosa mano. Me pregunto qué estará haciendo con la otra.

Me pongo de pie. El pepino cae al suelo. Enciendo la luz del techo para que se vea toda mi realidad desnuda.


Me acerco a la ventana y comienzo a cerrar la cortina, muy despacio.

Observo que en la ventana vecina bajan los binoculares, y detrás de ellos se asoma una cara de profundo desconsuelo. Es un chaboncito, parece como de 16. Le hago burla, mirándolo con cara de bebé haciendo puchero. Me siento más que perversa, me siento realmente malvada. Espero que el pendex no sea un violador o un asesino serial, y se le dé por venir para acá...

Con la cortina baja, empiezo a recorrer el suelo con la vista, buscando mi vegetal favorito.

-No se esconda, señor pepino, que no terminé con usted.

Ya que logré calentarlo, no voy a dejar que se enfríe otra vez (aunque no hay riesgo de que se ponga flácido). Es una lástima que, después del uso que le voy a dar, ya no me va a servir para hacer ensalada.



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